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miércoles, 11 de enero de 2012

MÚSICA PARA ADOLESCENTES




Poner y poner a volumen moderado (por los vecinos) la misma canción de CHARLY GARCÍA, el músico que desde los espacios donde se ubican los genios ha poblado de acordes nuevos la historia del rock en español, es habitar un espacio sonoro donde la vida y la perdición logra sonar a algo.



Hoy vuelvo a maldecir a Charly, que cual Rey, pisotea a como bien le venga a todos nosotros, súbditos de sus frenéticas canciones. Somos hijos de los que se deseaban paz y amor entre sí, de los que observaban aquellas melenudas cabezas agitadoras de guitarras eléctricas mientras millones de fanáticos reverenciaban a  los que se hacían llamar Beatles, Bob Dylan y The Rolling Stones, eran sus ídolos.  Buena época, pero para mí ya no representaban nada, pues sus letras en inglés hacían complicado su total disfrute. En el desazón musical  apareció el único, el inmortal, el que logró convertir las tristezas de una generación sin nombre en letras sencillas y directas.  Llegó desde Argentina, una tierra de Europeos nostálgicos, y fue amor a primera oída, por fin el rock sonaba a algo que entendiera, era la revolución que necesitaba para escuchar que la vida era más que Oscar Golden y Frank Sinatra. 



El Concierto



Paro no hay derecho a que el querer duela tanto. El corazón es necio y sólo con saber que por fin estaría en Colombia “el maravilloso”, moví cielo y tierra, no iba en tren, ni en avión, iba en un expreso Trejos hacia la Capital, la carretera en la línea fue derecha y plana, pues en ella por fin se daría cuerpo a esa materia estridente de su voz que desde hacía años me llegaba desde mi aiwa, por fin estaría a unos metros de él, no había cadena de oro que se resistiera a una prendería.  Las colas que se desprendían del  Campín lo hacían parecer como en una tarde de clásico. Yo todavía era muy pequeño, tenía la boleta en la mano y esperaba entrar, pasar la requisa de  los policías, correr al gramado como entra el Guajiro Arnoldo Iguarán incursionando a la cancha y seguro de ubicarme lo más cerca del arco, es decir,  a la tarima. Aún era de día y tocarían otras bandas (distracciones pasajeras), mientras “el único”, venía destruyendo hoteles.


Después de algunas horas de espera, después de haber escuchado a varios animadores deprimentes que hacen que la gente grite y levante las manos al unísono, llego él, me dio tembladera, lo vi, estaba  de negro se acercó al micrófono y por los parlantes salió: Hubo un tiempo en que fui hermoso y fui libre de verdad. Pero el destino es marrullero y varios gigantes -y no del ballenato- se posesionaron delante de mi pobre humanidad agobiada y doliente, salté y salté, deseaba tener un canguro motta, o por lo menos tres metros más pero fue imposible, no veía sino espaldas, un concierto de es lo más parecido una lata de sardinas, somos todos una masa de cuerpos que se mueve como gelatina, por eso  escuché sólo tres canciones, porque nuevamente el maravilloso Charly decidió, frente a miles de fanáticos, que ese no era el lugar para su viaje alucinógeno. De regreso a Cali no tenía rabia, sólo una congoja que se trasformaba en nostalgia; mientras tanto en mi radio de bolsillo ponía a Miguel Mateos... para olvidar.



EL AGUANTE (decírmelo a mi, te lo digo yo) aguante, aguante, aguante, aguante, aguante.


Como el corazón olvida, años después estoy nuevamente bajo las luces  del Campín de Bogotá, al que sólo he entrado a ver lo a él. Estamos miles de fanáticos en un  “Inconsciente colectivo", clamamos por ver el abuelo de ese ritmo que sacude las cabezas; queremos verlo por fin así sea a metros y metros de distancia desde donde uno  sabe que alguien canta porque ve algo que se mueve en un escenario, desde la localidad donde la boletas son la más baratas, a donde van todos lo que no saben como fue el concierto pero pueden decir que medio se escuchó. Y yo creo haberlo visto al él con una falda larga y una gran cama en la tarima, el ídolo de ídolos  que tocó de una manera estridente los teclados mientras el resto de músicos, hacían una suerte de artificios para acompañarlo en las múltiples variantes melódicas, rítmicas y armónicas que se le ocurrían durante una canción; allí no era el Charly de los discos, éste convertía las memorables melodías aprendidas por casi todos, en otros trabalenguas que se enriquecían pero a la vez se hacían irreconocibles, en todo el concierto no cantó una canción completa, no terminó bien ninguna, sólo tocaba el piano con caótica armonía y retaba a los escuchas a que se rebelaran contra toda música comercial, que veneraran sólo a uno, al el rey  que él  encarnaba acostado en la gran cama que era su trono.  


Hasta Mercedes Sosa cantó a su lado, -sos el único- le decía mientras gritaba sus canciones. ¿Quién fuera Fito sin él?, ¿qué fuera Calamaro sin la locura infinita de este genio?, ¿qué sería del rock en español sin la leyenda, sin el gran ícono?, sin él ¿qué habría sido del gusto musical de nosotros? Todo esto pensaba mientras él saltaba. Junto a las voces de otros fanáticos destemplados, tratábamos de darle un poco de potencia a los escasos bites que arrojaban los parlantes y que la acústica  dejaba perder en el espacio. 

Pero estuve allí, y luego salí caminando bajo el frió de Bogotá. Mientras la ley zanahoria me empujaba hacia la casa de mis familiares, reconstruía cada uno de los acordes de ese concierto, dibujaba en mi mente la forma como había cogido la guitarra y el orden en que había cantado y gritado algunas canciones. Al regresar a Cali, mostré con orgullo a mis amigos la colilla de la boleta y relaté con algunos adornos, o mejor dicho, con algunas exageraciones, los pormenores del concierto; para los de octavo grado fui el centro de atención durante esa semana.



SOMOS FAMILIARES DE “LA HIJA DE LA LÁGRIMA”


Nosotros creemos en esa revolución que suena a una "Sinfonía para adolescentes" en una generación que logra tararear algo que tenga sentido, por eso nuestro Elvis criollo sólo cantaba YENDO DE LA CAMA AL LIVING,  y nosotros copiando en  cassetes sony el LP que compraba el riquito del salón; nos convertimos en adictos a su música . No había fiesta en la que donde mis amigos de salón no cantaran a pulmón herido: Los amigos del barrio pueden desaparecer; los cantores del radio pueden desaparecer. Pero los dinosaurios van a desaparecer. Guitarra, teclados, voz, alma, anarquismo extremo y rebeldía que nos enseñó una FILOSOFÍA BARATA Y ZAPATOS DE GOMA, para con estas sencillas canciones, los nuevos  Rockeros  supiéramos CÓMO CONSEGUIR CHICAS y lo hiciéramos  PARTE DE LA RELIGIÓN.


Pero el último capítulo de esta musicomedia, presenta cómo los caleños nos quedamos vestidos y alborotados esperando que el domingo primero de  septiembre estuviera, por fin el rey, tocando para nosotros. Vivimos la frustración mientras escuchábamos cómo los paisas y los rolos podían tenerlo, quedamos desinflados con la única opción musical que nos quedó:  Luis Alberto Posada en El Parque de la Caña.  Yo no quiero pensar más en eso, quiero guardar la esperanza de que la vida y el destino licencian el encuentro. Porque  "Yo no quiero volverme tan loco” en esta "Alta Fidelidad" que es el fenómeno de la música y su "Demasiado Ego" ha producido toda una generación de desencuentros. 


“Tus palabras ya son muy lejanas
y tu voz de paridad se va
amigo mío, vuelve a casa pronto,
cuéntame todo, cámbiame todo,
necesito hoy tu resurrección,
tu liberación,
tu revolución”

(Sui Generis) 1972, Vida
Omar Felipe Becerra Ocampo.

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